Camino de Santiago desde Tui. Todas las claves

Mi Camino de Santiago: De Tui a Fisterra en 8 Días

Si alguna vez has soñado con recorrer el Camino de Santiago, sabes que no solo se trata de un viaje físico, sino de una experiencia transformadora, tanto para el cuerpo como para la mente. Este año, decidí hacer el Camino Portugués desde Tui hasta Fisterra. Cada día, mientras caminaba, me daba cuenta de que lo que más importa en este viaje no es solo el destino, sino el proceso, el trayecto, el camino mismo. La naturalidad del recorrido, la soledad compartida con otros peregrinos, los momentos de introspección, las conversaciones y los silencios, todo eso formaba una experiencia rica y completa que no se limita a los paisajes o las rutas que uno sigue. Es cierto que los paisajes gallegos son impresionantes, pero lo que más me marcó fue cómo esos paisajes, al igual que las personas que conocí, parecían abrirme puertas en mi interior.

Durante siete días recorrí un total de 150 km, adaptando las etapas según mis propias energías, que me permitió disfrutar de la caminata sin sobrecargarme. A continuación, te cuento cómo fue mi experiencia, los detalles de cada etapa, y los elementos esenciales que llevé en mi mochila.

Día 1: Tui a O Porriño (19 km)

La aventura comenzó en Tui, una pequeña ciudad que marca el inicio del Camino Portugués. Salí temprano por la mañana, con los primeros rayos del sol iluminando las fachadas de piedra de esta encantadora localidad. Los primeros pasos fueron lentos, pero no tardaron en aparecer los primeros paisajes de las tierras gallegas: campos verdes que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, el murmullo de los ríos cercanos, y las suaves colinas que comenzaban a perfilarse en el horizonte.

El camino transcurrió entre pueblos pequeños y bosques, pero lo que más me sorprendió fue la serenidad del recorrido. No había multitudes, solo unos pocos peregrinos con los que intercambiaba saludos en silencio. La naturaleza parecía estar en armonía con cada uno de mis pasos. Fue un comienzo tranquilo, perfecto para acostumbrarme al ritmo del Camino, sin presiones, solo caminando y disfrutando del paisaje.

Al llegar a O Porriño, el cansancio era leve, el cuerpo comenzaba a acostumbrarse al esfuerzo y la mente se liberaba de la rutina diaria.

Día 2: O Porriño a Pontevedra (31 km)

El segundo día fue más largo, ya que me sentía sorprendentemente fresco, casi sin dolor en las piernas y decidí improvisar y llegar a la maravillosa ciudad de Pontevedra. Caminé por caminos rurales, rodeado de árboles y huertos, y a medida que avanzaba, el paisaje iba cambiando. El aire fresco de la mañana, la tranquilidad de los senderos y la belleza de los pueblos por los que pasaba hicieron que el tiempo pareciera detenerse.

Decidí, sin pensarlo mucho, acortar lo que mucha gente divide en dos etapas, caminando desde O Porriño hasta Pontevedra en una sola jornada y para mí fue todo un acierto. No me sentía cansado, y la idea de llegar a una ciudad más grande, con su arquitectura histórica y su vida vibrante, me motivaba. Al llegar, me sentí satisfecho y feliz de haber logrado más de lo planeado, pero también consciente de que la verdadera recompensa del Camino no estaba en el destino, sino en cada paso dado.

Día 3: Pontevedra a Caldas de Reis (22 km)

Ese tercer día fue especialmente bonito. La ruta, llena de vegetación, cruza riachuelos y campos, y la tierra mojada por la lluvia de la noche anterior dejaba el aire aún más fresco y agradable. Durante la caminata, me encontré con peregrinos de diferentes nacionalidades, todos compartiendo una meta común pero con sus propios motivos personales para hacer el Camino. Me di cuenta de que el Camino de Santiago es, en el fondo, una gran red de historias humanas que se entrelazan.

Al llegar a Caldas de Reis, un pequeño pueblo conocido por sus aguas termales, sentí una satisfacción inmensa. Cada jornada traía consigo una mezcla de cansancio físico y bienestar emocional. La ciudad, tranquila y acogedora, ofrecía un respiro perfecto para reponer fuerzas, y las fuentes termales que pasé no hicieron más que aumentar la sensación de alivio y paz.

Día 4: Caldas de Reis a Padrón (19 km)

Esta etapa es relativamente corta y atraviesa paisajes agrícolas. Padrón es famoso por su relación con el apóstol Santiago, ya que según la tradición, fue en esta localidad donde llegaron las reliquias del santo.

Desde Caldas de Reis hasta Padrón, la ruta es sencilla y se puede recorrer con relativa facilidad. A lo largo del camino, me encontré con muchos peregrinos de diferentes países, lo que me motivó aún más a seguir adelante, especial mención de un señor alemán de 70 años que se hizo daño en la rodilla casi cuando salió de Oporto y a pesar de eso seguía caminando.

Día 5: Padrón a Santiago de Compostela (25 km)

Este fue uno de los días más esperados: finalmente llegaba a Santiago de Compostela. Durante el camino, mi mente estaba llena de pensamientos sobre el significado de llegar a la ciudad y sobre lo que había vivido hasta ese momento. Cada paso parecía más ligero, como si el Camino me empujara a llegar a mi destino.

La ciudad de Santiago es simplemente mágica. Al entrar en el casco antiguo, la Catedral de Santiago se asomaba majestuosamente entre las calles. El ambiente en la Plaza del Obradoiro, con peregrinos de todo el mundo llegando a su destino, fue indescriptible. Sentí una mezcla de orgullo y emoción al estar allí, pero también una profunda paz interior por haber completado esta parte del viaje. El esfuerzo físico se desvaneció por completo al ver el imponente edificio de la Catedral y al saber que había alcanzado mi objetivo.

Día 6: Santiago a Monte Aro (42 km)

Sin embargo, mi Camino no terminaba en Santiago. Decidí continuar hasta Fisterra, el «fin del mundo» de los antiguos romanos. Ya que la jornada anterior estuvo llena de emociones, este nuevo día me levante más tarde de lo normal (9 de la mañana). Así que tomé la ruta hacia Negreira más tarde de lo habitual y después de un largo día de caminar, me encontré con una pequeña complicación: el albergue público de Negreira estaba lleno. No fue un gran problema, ya que me sentía con energía y decidí seguir caminando, seguí disfrutando de los paisajes más abiertos, de riachuelos y de la sensación de estar cada vez más cerca del final de mi peregrinaje.

Finalmente llegué a un albergue en Monte Aro, pero la verdad que la etapa fue dura, no la recomendaría si no tienes buen nivel físico. Hay un ascenso precioso pero algo duro al Alto da Pena y a partir de ahí muchos kilómetros y multitud de prados con explotaciones ganaderas.

Día 7: Monte Aro a Dumbria (19 km)

La etapa de Monte Aro a Dumbría es relativamente corta, pero bastante variada. La caminata comenzó entre bosques frondosos y pequeños senderos de tierra. Las primeras horas de la mañana fueron agradables, con el fresco gallego acompañando mis pasos. Sin embargo, conforme avanzaba, el calor aumentaba y el terreno se tornaba más empinado. Aunque la distancia no era larga, el cansancio ya se notaba y las subidas no eran fáciles.

Las vistas y la tranquilidad del paisaje ayudaron a hacer la jornada más llevadera. Al llegar a Dumbría, el paisaje cambió a zonas más abiertas, pero el esfuerzo seguía presente. En el albergue, muchos peregrinos compartimos nuestras experiencias, y aunque el día fue menos exigente, sentí que cada paso me acercaba más al fin del Camino.

Día 8: Dumbria a Fisterra (14 km)

El último día fue, sin lugar a dudas, el más desafiante pero también el más satisfactorio. Con muchos kilómetros ya recorridos y personalmente creo que cuando tienes el fin cerca, tu cerebro te puede jugar una mala pasada. Al principio parecía un reto, pero la belleza del camino y la emoción de llegar a Fisterra me dieron la motivación suficiente para continuar. El paisaje de la costa gallega, los caminos de tierra rodeados de eucaliptos y las vistas al océano Atlántico hicieron que cada paso fuera un regalo.

Cuando llegué al faro de Fisterra, una de las sensaciones más poderosas que experimenté fue la de haber completado un ciclo, no solo como peregrino, sino también como persona. Me senté allí, mirando al mar, y sentí una mezcla de satisfacción, orgullo y paz. Había llegado al fin del mundo, al mismo tiempo que había llegado a una nueva versión de mí mismo.

¿Qué Llevar en una Mochila de 45L para el Camino?

Uno de los aspectos más importantes del Camino de Santiago es cómo empacar. Después de caminar durante 8 días, puedo decir con certeza que una mochila de 45L es ideal para la mayoría de los peregrinos, ya que es lo suficientemente grande para llevar lo esencial, pero no tan grande como para convertirse en una carga. En mi caso elegí llevar la Deuter Aircontact Lite 45, por su espectacular relación peso/espacio, llevaba todo lo necesario y todavía me sobraba espacio incluso metiendo algo de comida que iba comprando.

Aquí te comparto lo que llevé:

  • Ropa ligera y cómoda: Camisetas y pantalones técnicos (The North Face Exploration Convertible), adecuados para el clima cambiante de Galicia.
  • Chaqueta impermeable: Ideal para las lluvias repentinas.
  • Botas de trekking: De caña baja para comodidad durante todo el camino. En mi caso llevé las Merrell Moab 3 y muy contento con ellas, ninguna ampolla.
  • Calcetines técnicos: De lana merina o sintéticos, que se secan rápido y evitan ampollas.
  • Poncho impermeable: Para protegerme en caso de lluvias.
  • Botella de agua y snacks ligeros: Como barras energéticas o frutos secos.
  • Farmacia básica: Tiritas, vaselina para los pies, y analgésicos.
  • Documentación: Credencial del peregrino y una identificación.
  • Linterna frontal.

Conclusión: Reflexiones Finales sobre Mi Camino

Al llegar a Fisterra, el «fin del mundo» para los antiguos romanos, experimenté una sensación indescriptible, una mezcla de emociones que había ido acumulando a lo largo del Camino. No solo había llegado a un destino físico, sino que había recorrido un viaje interior mucho más profundo de lo que imaginaba al principio. El Camino de Santiago no es solo una ruta geográfica, sino una oportunidad para desconectar del ruido diario, reflexionar sobre la vida y conectar con lo esencial. Cada día me di cuenta de que lo más importante no es el destino, sino el proceso mismo: los paisajes, las conversaciones, los silencios y la compañía de otros peregrinos se convirtieron en una experiencia completa y rica que va más allá de los kilómetros recorridos.

Al principio, temía no estar a la altura del reto, pero pronto comprendí que la clave no estaba en la preparación física, sino en la disposición mental. El Camino me enseñó a ser paciente, a disfrutar del momento presente y a escucharme a mí mismo. También descubrí la solidaridad de los peregrinos, una hermandad silenciosa que hace que el esfuerzo valga la pena. Al llegar a Fisterra, sentí que había cerrado un círculo, no solo en lo físico, sino también emocional y espiritualmente. El Camino de Santiago no termina en el faro de Fisterra, ni siquiera en Santiago; sigue dentro de cada uno de nosotros, guiándonos hacia lo que realmente importa en la vida: disfrutar de cada paso, de cada respiración, de cada momento.

El Camino de Santiago es una experiencia única, un viaje que no solo te lleva a Santiago, sino a un encuentro contigo mismo. Con cada paso, el paisaje cambia, al igual que lo hacen nuestras emociones. ¡Buen Camino!

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